Dolor visceral.

Empecé a conocerme a los seis años, cuando un cuervo azul me traía ojos por cada diente que se me caía. Imaginad cuántas miradas perdidas guardé bajo la almohada...

Cuando, por fin, me pude ver las manos fue demasiado tarde: ya tenía dos clavos donde merecía amor. Dolor. Olor a viejo. Ansia. Vértigo. Vómito. Huida. Ramas. Vestido roto. Golpe de nudillos de mamá.

Otra vez al cuarto. Otra vez sólo oigo coches pasar por la nacional de al lado. Otra vez mi nombre en alguna garganta gitana. Otra vez yo viéndome flor al borde del precipicio.

Hola, papá. Cuchara fría en el ojo morado. Duele. Dolor. Olor a viejo. Ansia. Vértigo. Vómito. Pero ya no huyo. Se acabó. Gasté mis suelas.

Ya no te quiero más, cuervo. No más ojos. No quiero verme las entrañas, no quiero escalar por ellas. Me resbalan las manos.

Empecé a conocerme cuando tenía seis años. Hoy aún no he terminado.

Me plantas

Prometí no volver a escribir. Juré.

Hoy me muerdo la lengua y digo tú y tú, y nosotros y tú y otra vez tú. Tú. Y yo. Ahora tu nombre sabe a sangre. 

Tú. Me plantas flores en los ojos con cada orgasmo, me arrancas del pelo las malas hierbas, me escupes en la boca creando oasis para este desierto que es mi alma.

Tú. Me conviertes en parterre, perro fiel, en mi ventana sólo es para ti la entrada. "¡Ven, valiente!". No corras por el alféizar, no vaya a ser que caigas en otras manos que no son las mías. Objeto de deseo. Te clavaría en mí con cada abrazo.

Tú. Mis días trece. Mis horas cero. Mis ingresos y altas y caídas. Toda yo soy hoy lo que hay escrito sobre ti. Hoja de calco. Sábana santa cada vez que invoco a Dios en nuestro ritual de carne. Cenote soy y tú mis diablos alimentas.

Yo. Seda blanca manchada de sangre de virgen. Mentira cual herida con sal. Suicida salvada. Roca moldeada por tu agua. Sirena de vapor de té. Descafeinada.

Y tú. Y yo. Y mil veces tú y una yo y así nacieron las noches. Todas para verte la luz bajo esas pestañas.