Cena de verdades

Él me tiene.
A veces tiene mi hombro; otras, mis piernas.
En ocasiones apresa mis manos y, también,
recuerdo su rudo peso sobre esta mi aguda espalda.
Mis-sus ojos le escuchan atentos.
Su-mi boca le besa callada.
Pero, ¡Qué triste y cierto!:
Aún mi corazón no le sirvió de nada.

Cosas de casa

Dice que debería darme vergüenza mi soledad. Qué cosas.

A mí, hace un tiempo, lo que me daba vergüenza era no saber amar. Había en mí una sensación como cuando todas tus amigas habían dado un beso pero tú no. Lo mismo pero a gran escala. Miraba a todo el mundo y pensaba por qué ellos sí podían tener un corazón y qué es lo que le había pasado a mi pecho para sólo tener este feo hueco...

Ahora que ya descubí el mío—pequeñito y tímido, pero mío—me he dado cuenta de lo que fallaba en mi teoría: la gente confunde de lugar su vergüenza, ¡no saben dónde colocarsela! Y entonces la esconden en el bolsillo trasero del pantalón o en cualquier otro escondrijo y se sienten valientes y dicen que aman y quieren cuando en realidad su corazón se esconde en su feo hueco mientras lee a Schopenhauer.

Así pues, no; no me da vergüenza mi soledad, mamá. ¿Y a ti? ¿No te da vergüenza no haber sabido ser nunca la compañía? Qué poco nos parecemos...

Vuelvo a deshojar relojes.

Él podría dejar su maleta en mi vientre.
Podría olvidarla.
Pero, en lugar de eso, no hace más que viajar en círculos,
en bucles,
en infinitos...
Recordando todo menos las razones que le doy para quedarse.

Y yo,
mientras tanto,
me pregunto si todo esto vale la pena o mi vida entera—las cuales a veces confundo entre ellas—y quedo
fundida
en el silencio de una espera que arruga mis manos, mi rostro y mi alma;
lluvia.
Mi reloj de arena va restando gotas y menos mal: es dulce el dolor de saber que todo esto acabará cuando las nubes de mis ojos queden secas.

Eres mi última vez.



Interiores.

Sigo pensando que eres mi hogar porque, como contra un maldito mueble del salón, tropiezo con tu pecho y—mientras muero de dolor—abro mis ojos encharcados y veo que no hay sitio donde joderme me haga más feliz que aquí. En ti. En mi hogar. Contra tu pecho.

Yo también crecí sin Dios.


“Therese Dreaming” (1938) by Balthus.

Poetas...

Cada día estoy más convencida sobre aquello de que un hombre de artes debe tener tres mujeres: La musa, la amante y la amada. Creo que mi paisano, el Sr. Brodsky, estaría de acuerdo conmigo en que es absolutamente imposible encontrar esas tres cualidades en una misma mujer porque un poeta necesita dividir su alma para crear; necesita sufrir. Y no hay nada que duela más que una fisura entre las costillas para hacer hueco y meter en una misma vida tres corazones más, a parte del que ya se tiene.



Pd: Me vale ser amante. Tímidamente.

Menú del desayuno

Por las mañanas lo primero que me pregunto es si me habrás escrito. Cuando me respondo un 'no', lo segundo que me pregunto es cómo me habré logrado dormir anoche. 'No lo recuerdo', claro.

¿Quién me habrá matado para que haya podido cerrar los ojos? 'El mismo que no te escribe'.

Claro.

Lo cuarto y último que me pregunto—antes de regresar bajo la cáscara de mi manta— es: ¿para qué diantres me habré despertado?

Claro: para ver que no me has escrito y volver a morir de nuevo.

Buenos días.

Pues no sé...

¿Pero quién te crees que eres? Las razones para estar triste las elijo yo de entre mis desastres y nadie, escucha, ¡Nadie más! Debería poder venir y decir: 'Toma, prepárate; voy a hacerte daño. Pero no te preocupes, que te dejo las llaves del pecho atadas a la garganta; para que, cada vez que tragues saliva o suspires, te acuerdes de mí. Jódete y sé feliz. Te quise.'

bibbidi bobbidi boo

Papá, yo creo que eres un mago. Desde que intento encontrar el amor que no tengo y sé que merezco los hombres repiten conmigo el mismo ritual que tú inventaste: vienen y se van, vienen y se van, vienen y vuelven a marcharse hasta que un precioso día me abandonan.

No sé, que ojalá y este conjuro se deshaga pronto, ¿no? Ya no tengo edad para jugar con sapos.

Instrucciones para ser tu libro


Ya sé que soy un poco de otra época, que a veces mi pelo es casi de un color amarillento a causa de los rayos de sol y que, en ocasiones, parece que lea lo que digo pero... No, amor; no soy un libro que puedes cerrar y dejar en la estantería con un 'ya te terminaré otro día'. No. Aunque admito que me quieras como a tal y, si te es más fácil entenderme con alegorías y comparaciones, incluso puedo explicarte esto a tu gusto:

Hoy me has roto las costuras. Has llegado al centro—justo entre las páginas 156 y 157—y has desgarrado con tus blancas manos esto tan fino que soy; esto que reconstruí para ti con mucho hilo y aguja.
Sé que posiblemente yo no sea la mejor historia que hayas leído en tu vida (ni siquiera impresa estoy en el mejor papel ni con la mejor tinta), sé que tengo vacíos temporales y que mi sintaxis falla en la mayoría de las vivencias que juro haber sufrido pero, amor, te prometo haberme escrito para quererte.

 Toda mi vida—pequeña y triste vida—la he pasado dejando apuntes en los bordes de mis páginas para ser mejor novela; he escapado de mil best sellers y he sufrido en mis propias tapas el dolor de ser un libro olvidado en cualquier banco del Labordeta. Me he corrido por culpa de varios cafés malintencionados y tengo mil salivas impregnando mis esquinas pero, desde hoy, sólo soy tuya. Así pues no me cierres, no me arrugues y ten en cuenta que ser de tapa blanda no ayuda a protegerme de los golpes que le das a la vida con mi cuerpo.

Soy frágil, como tú.

Y si me dejas demasiado tiempo entre Montesco y Capuleto posiblemente ya no haya Shakespeare que me repare el corazón; me oxidaré. Y entonces quedaré tirada, fría, sola y vacía sobre la sábana sucia de algún rastro: esperando que otras manos—ya no tan blancas como las tuyas—me relean, empezando por aquello de <<Barcelona.- 4 de Enero del 2014>>...