Monotonía y conversaciones con el corazón...

Sí, es ella. Reconocería su pelo en cualquier enredo, y sus piernas.. También sé que le encanta el café solo, pero que lo prefería conmigo.

Por eso está ahí. Sola.

Me acuerdo de ese vestido. Y de las medias que ahora mismo envuelven toda esa fuerza con la que pisa el adoquín. Es ella. Y no la confundiría con ninguna simplemente porque ella va más allá; siempre llegaba tarde a nuestras citas, nunca me besaba como yo quería en público, y solo a veces me dejaba ser yo quien preparase el café.. Pero aún así era ella la que sabía sonreírme de esa manera tan suya. De esa única forma que conseguía envolverme y morderme el cuello a través de kilómetros.

Es extraño que le recuerde tanto, lo sé, y que hasta aún sepa a qué le huele la piel, pero es que esa espalda levantó mis cuerdas del fondo; ella me salvó. Me sacó de ese bucle vicioso en el que me metí yo solo, y además, consiguió que la abstinencia fuese menos dolorosa gracias a dejarme esnifar las ganas de vivir que amanecían cada mañana en su nuca.

Ella mataba y revivía. Era el infierno que se fundía en mi boca y, aún sin alcohol, sus copas conseguían ser las más etílicas.

No me preguntes por qué me ha dado por pensarla tanto hoy. No lo entiendo ni yo. Pero creo que en el fondo me duele que haya conseguido aprender a tomar café sin mi, y más aún que sus vestidos se deslicen por su cuerpo y posen en el suelo sin mi ayuda.

Me duele no tenerla y me duele dejarla sola y sin azúcar. Pero sé que está mejor sin mi; mejor sin hablar en plural, mejor sin nosotros.